Paula


Recuerdo que el primer día después de ella apenas sentí nada. Ya había gastado todas mis lágrimas en la despedida, y en cierta manera todavía la sentía muy cercana. En aquel momento, podía recordar cada una de sus facciones, podía reproducir su voz en mi cabeza y torturarme con eso, una y otra vez.

A menudo fantaseo con volver a aquel día. Sentirla tan viva en mi recuerdo, no dudar ni por un instante de que la he querido. Pero sé que si viviera en ese estado nunca sería capaz de olvidarla.


Al principio, mi viaje fue monótono. Todos los días se parecían, incluso todas las personas se parecían. Creo que esto último es por las cosas que dicen. Aunque hablar es muy importante para todo el mundo, nadie parece tener ideas distintas.
Yo intentaba hablar con todos ellos, hacerles ver lo sólo que me sentía. Pero pronto me di cuenta de que aquellas no eran las conversaciones que yo deseaba tener, ni esas las personas que quería que me entendieran. Más de una vez intenté volver corriendo allí, pero cada vez que lo hacía me encontraba con que ella ya no estaba. No había sido capaz de comprender lo que sentía, y  el momento había pasado. Ya nunca podría volver a hablar con ella bajo las mismas circunstancias.
Aquello fue lo que más me costó aceptar. De hecho creo que es lo único que me duele todavía.



Todas las noches me quedaba un rato mirando al cielo antes de dormir. Para mí las estrellas son un recuerdo constante del paso del tiempo, porque incluso ellas se apagarán algún día. No me avergüenza decir que siempre me ha asustado mirarlas. Pero, durante aquellas noches, sólo quería disfrutar de su belleza. Solía fijarme en una estrella y me imaginaba que era uno de sus ojos, que me miraba. Era una metáfora perfecta, para mí sus ojos eran tan brillantes como cualquier estrella, y tampoco menos lejanos.

Creo que pensar en ella fue lo que me hizo olvidar mi miedo a las estrellas.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Relato

Sueño involuntario