El bosque
Un día, entré en un bosque. Los bosques son todos
iguales. Al principio ves sólo un par de árboles, y te acercas, confiado. Pero
según vas avanzando la vegetación se vuelve más densa, y cuesta muchísimo
encontrar la salida.
Llevaba ya más tiempo del que puedo recordar dando
vueltas entre los árboles cuando escuché un sonido que me llenó el corazón.
Era el canto de un pájaro. Sonaba como la canción preciosa de los tuis en Nueva
Zelanda, pero a mí me hizo pensar en un ave del paraíso.
Naturalmente, ella estaba un poco más allá, en un claro
del bosque. Cuando llegué estaba cantando a pleno pulmón, pero se calló nada
más verme. Por un momento pareció que estaba casi tan sorprendida como yo por
su descubrimiento, aunque nunca más volví a tener esa sensación después de
aquel día.
Con cuidado, me acerqué hasta ella y le ofrecí mi mano. Ella
la tomó, y hasta se mostró dispuesta a seguirme, pero no rompió su silencio.
Aquello me hizo pensar en el poema de Pablo Neruda:
Al pie de un grupo de sauces corría un pequeño arroyo. La
llevé hasta allí. En los árboles había docenas de pájaros, cantando y
silbándose entre ellos. Eran aves de ribera, de las que sólo viven en los
lindes del bosque, donde todavía les llega un poco de luz. Por ellas supe que
ya me estaba acercando al final de los árboles.
-Mira esos pájaros- dije melancólicamente -son tan
parecidos a ti.
Ella no parecía escucharme. Tenía la mirada fija en los
árboles. Por un momento vi su rostro reflejado en el ojo de una de las aves.
-¿Sabes?. Hace tiempo que llevo pensando en traerte aquí.-
insistí -Quería explicarte por qué os parecéis tanto.-
Ella se giró. No parecía comprenderme, así que intenté
explicárselo:
-Cuando los pájaros cantan, los hombres escuchan su canto
y se sienten aliviados.- la señalé –yo te oigo a ti y pienso que el mundo está
lleno de color. Hoy estaba perdido en el bosque y te he escuchado cantar, y
ahora veo el mundo de otra manera.
Era un sueño.
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